Hay un pecado: decir que es gris una hoja verde Y se estremece el sol ante el ultraje; Una blasfemia existe: implorar la muerte, Pues sólo Dios conoce lo que la muerte vale;
Y un credo: no se olvidan de crecer las manzanas En los manzanos, nunca, pase lo que pase; Hay una cosa necesaria: todo; El resto es vanidad de vanidades.
Mirar la sombra que reposa en el borde del cuenco. Mirar como tocar, como escuchar.
En la certidumbre de cada luz está el ahora que pide ser nombrado. Mirar la mirada: gesto silencioso. Respirar para pronunciar otra lengua en la quietud de las cosas. Mirada de los ojos que son tacto y oído. Mirada para desnudar las palabras, como complicidad con la noche y el día, como inquietud, como desvelo. Mirada, desde lo más alto, desde lo más bajo. Mirada para saborear el agua con el tercer ojo: el corazón.
Giorgio Morandi fue un pintor que buscó el silencio y el trabajo constante, casi como un cartujo, y con temas pequeños, los famosos bodegones, fue capaz de entrar en diferentes esencias, las metafísicas de lo pequeño, lo pequeño que es grande, lo grande que es pequeño.
Caminó en solitario por el siglo XX. El pintor hizo del silencio un proyecto. Es un artista secreto y difícil, una figura clave del arte moderno, un pintor silencioso que a través de sus modelos crea un alfabeto pictórico y poético, reflejando una profunda inquietud interior
El encanto de sus obras reside en sus atmósferas silenciosas y, a la vez, intranquilas.
Apenas salió de su Bolonia natal, en donde nació en 1890, y murió en 1964.