La belleza trasciende la estética

jueves, 7 de marzo de 2019

Zurbarán: "San Hugo en el refectorio"




"San Hugo en el refectorio",  hacia 1655, Francisco de Zurbarán. Museo de Bellas Artes, Sevilla



Las cosas se visten de eternidad en los pinceles de Zurbarán



Ni el humo, ni el vapor, ni la neblina.
Lejos de aquí ese aliento que destruye.
Una luz en los huesos determina
y con la sombra cómplice construye.
Pensativa sustancia la pintura,
paraliza de luz la arquitectura.

Meditación del sueño, memorable
visión real que en éxtasis domeña;
severo cielo, tierra razonable
de pan cortado, vino y estameña.
El pincel, la paleta, todo es frente,
médula todo, pensativamente.

Piensa el tabique, piensa el pergamino
del volumen que alumbra la madera;
el pan que se abstrae y se ensimisma el vino
sobre el mantel que enclaustra la arpillera.
Y es el membrillo un pensamiento puro
que concentra el frutero en claroscuro.

Ora el plato, y la jarra, de sencilla,
humildemente persevera muda,
y el orden que descansa en la vajilla
se reposa en la luz que la desnuda.
Todo el callado refectorio reza
una oración que exalta la certeza.

La nube es un soporte, es una baja
plataforma celeste suspendida,
donde un arcángel albañil trabaja,
roto el muro, en mostrar que hay otra vida.
Mas lo que muestra es siempre un andamiaje
para enganchar en pliegues el ropaje.

Rudo amante del lienzo, recia llama
que blanquecinamente tabletea,
telar del hilo de la flor en rama,
pincel que teje, aguja que tornea.
Nunca la línea revistió más peso
ni el alma paño vivo en carne y hueso.

Fe que da el barro, mística terrena
que el color de la arcilla sube al cielo,
mano real que al ser humano ordena
mirarse ante el divino, paralelo.
La gloria abierta, el monje se extasía
al ver volar la misma alfarería.

Pintor de Extremadura, en ti se extrema,
dura y fatal, la lidia por la forma.
El pan que cuece tu obrador se quema
en el frío troquel que lo conforma.
Gire en tu eternidad la disciplina
de una circunferencia cristalina.

Rafael Alberti, Zurbarán



La escena del cuadro se refiere a un milagro acontecido a san Bruno, quien, junto con los seis primeros monjes de la Orden de los Cartujos, comía gracias a lo que les daba el obispo de Grenoble, san Hugo. Un domingo les mandó carne, y los monjes se preguntaron si sería conveniente comerla o no. Mientras hablaban, un profundo sueño los inundó, sueño que se prolongaría durante toda la cuaresma. San Hugo estaba de viaje y cuando volvió el miércoles santo fue a visitar a los cartujos. Cuando llegó los monjes despertaron sin tener conciencia del tiempo que había pasado. Entonces, la carne que estaba en los platos se convirtió en cenizas, lo cual se interpretó como un mensaje divino que aprobaba la abstinencia de los monjes.

La segunda estrofa del poema de Alberti, dedicado a Zurbarán y su obra, se refiere a este cuadro.